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Jesse James pasó casi dos décadas robando bancos y trenes en el estado de Missouri y sus aledaños. Él y su hermano Frank siguieron un camino manchado de crímenes y otros actos fuera de la ley durante las décadas de 1860 y 1870.
Pero este camino llegó a su fin en 1882. El gobernador de Missouri, Thomas T. Crittenden, ofreció una recompensa de 10.000 dólares por la captura de Jesse y Frank James, y la promesa de “no tratar con demasiada dureza” a cualquier miembro de la banda que ofreciera información que condujera al arresto de los delincuentes.
Bob Ford, un recién llegado a la banda de los James, se reunió con el gobernador y propuso que, si los términos de la captura eran “vivos o muertos”, él y su hermano Charley le entregarían a los feroces bandidos. El gobernador aceptó
La mañana del 3 de abril de 1882, Bob y Charley Ford estaban en el hogar de Jesse, en St. Joseph, Missouri, donde Jesse, bajo un nombre falso, vivía con su esposa y sus hijos. En un momento, Jesse se quitó el saco y el cinturón con las pistolas y se subió a una silla para quitarle el polvo a un cuadro. Entonces, Bob Ford tomó su arma y, a poco más de un metro de distancia, le disparó a Jesse James en la nuca. Luego, los hermanos Ford recogieron rápidamente el dinero de la recompensa en los términos convenidos.
No es muy agradable lo que Bob hizo, ¿verdad? Pero muchos dirían que tenía que hacerlo. Sea como fuere, el caso ocupa más de una página en esos libros que uno ve que promocionan por televisión, sobre “Los Bandidos del Lejano Oeste”. También es una ilustración muy adecuada de un paso importante en la vida vertical.
Pero, claro, no tienes que salir a buscar algún malhechor para “hacerle un agujero en la cabeza”. Más bien, lo que Bob Ford le hizo a Jesse James es parecido a lo que tú debes hacerle a tu “yo” y al pecado. La Biblia lo explica así:
Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6:11-14).
En otras palabras, un paso crucial para una vida de victoria y gozo es considerar a tu viejo “yo” como víctima de la M.S. (muerte súbita), y estimar que tu vida ya no es tuya, sino de Cristo. O, como lo dijera el poeta:
En un tiempo vivía otro hombre en mi interior,
hijo de la tierra y esclavo de Satán;
Mas lo clavé en la cruz de mi Señor,
y ya nada significa para mí.
Ahora Otro Hombre vive dentro de mi ser,
y su vida bendita es mi vida para siempre;
He muerto con él a la vida que solía tener,
y con él he resucitado a su divina vida.
Eso es exactamente lo que la Palabra de Dios dice en el sexto capítulo de Romanos. En ese breve capítulo, el apóstol Pablo revela un propósito, un proceso y una promesa.
El propósito. La Biblia dice, en el versículo 6, que “nuestro viejo hombre fue crucificado con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (énfasis agregado). ¡La triunfante obra de Jesús en la cruz y su resurrección de entre los muertos le asestaron un golpe mortal al pecado! En resumen, ése es el propósito por el que vino Cristo: “para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). Él vino a destruir las obras del diablo; no a ponerles obstáculos, no a malograrlas, sino a destruirlas. El propósito de su venida fue que “el cuerpo del pecado [¡en ti!] sea destruido” (Romanos 6:6); no sometido, no reducido, sino que le fuera quitado ¡todo el poder!
El proceso. Si es cierto que nuestro Salvador es capaz de deshacer las obras del diablo, de arruinar el poder del pecado, ¿cómo sucede esto? ¿Cómo se convierte en realidad? Por medio del proceso que Pablo describe en el versículo 11 de Romanos 6: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro”. Este proceso consta de dos partes. Primero, te consideras muerto al pecado. Decides creer que lo que dice la Biblia es cierto (es decir, que realmente estás muerto al pecado) y, como un padre que deshereda a su hijo, decides actuar como si el pecado ya no existiera para ti. Segundo, te consideras vivo para Dios en Cristo Jesús. Esto significa que el “viejo yo”, ese que pensaba esas cosas terribles, que hacía todas esas porquerías y que decía todas esas cosas horribles, ese, está muerto y enterrado, así como Jesús fue enterrado. Pero el “nuevo yo”, en cambio, está vivo para Dios: interesado en las cosas de Dios, capaz de seguir el camino de Dios y compartiendo la misma naturaleza de Dios (2 Pedro 1:4). Pero este proceso puede ser realizado únicamente por alguien que esté en Cristo Jesús, ya que implica, no un ejercicio de la voluntad, sino el ejercicio del poder del Espíritu Santo.
La promesa. La promesa que indica Pablo en Romanos 6 es tan directa, que no puede mal interpretarse, aunque muchas personas tropiezan con ella, la evitan o explican que no es posible, quizá porque ofrece una promesa que no es real en sus vidas y, por lo tanto, llegan a la conclusión de que no puede querer decir lo que dice. Romanos 6:14 dice: “el pecado no se enseñoreará de vosotros”. Algunas personas enseñan, y se comportan, como si Pablo hubiera dicho: “el pecado, finalmente, no se enseñoreará de vosotros”. Otros creen que Pablo debe de haber querido decir: “En un sentido general, el pecado no se enseñoreará de vosotros”. Pero la promesa es muy clara: “el pecado no se enseñoreará de vosotros”. No “finalmente”, no “en sentido general”, sino en forma definitiva, específica, y ahora.
El secreto está en que, por medio del Espíritu de Cristo mismo, consciente y continuamente, te consideres muerto al pecado y al “yo”, y vivo para Dios. Significa clavar tu vida atada al pecado a la cruz, y permitir que Dios te resucite con Cristo en una vida nueva con destino al cielo. Significa, simplemente, dejar de vivir horizontalmente y comenzar a vivir en sentido vertical.
¿Te parece demasiado bueno para ser cierto? Tienes la Palabra de Dios que lo garantiza.
En tus propias palabras
¿Estás vivo o muerto al pecado y al “yo”? Tómate unos momentos para contestar esta pregunta completando lo siguiente:
• Coloca un tilde junto a cada pregunta a la que puedas contestar con toda honestidad, “sí”.
__¿Te ha perdonado Dios tus pecados por medio de Jesucristo? “Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia” (1 Pedro 2:24).
__¿Has recibido a Jesucristo como Señor? Entonces, has muerto, y tu vida “está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 2:6, 3:3).
__¿Vive Jesús en tu corazón por la fe? “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
__¿Perteneces a Cristo Jesús? “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24).
__¿Has sido resucitado con Cristo (a una nueva vida como cristiano)? “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba” (Colosenses 3:1).
__¿Te has considerado muerto al pecado y vivo para Dios en Cristo? “...sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6).
• Si has respondido “sí” a todas las preguntas anteriores, tómate un momento para agradecerle a Dios por su promesa de que “el pecado no se enseñoreará de vosotros” (Romanos 6:14). Si no respondiste “sí” a todas ellas, revisa aquellas que no marcaste; puedes hacer cierta cada una de esas afirmaciones orando sencillamente y de corazón a Dios, pidiéndole que produzca esa obra en tu vida.